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Durante las últimas cuatro administraciones municipales había quedado pendiente el anuncio oficial de construcción de un cable, integrado al sistema metro, desde y hacia la zona noroccidental de Medellín. Era una deuda con una de las laderas más pobladas de la ciudad y con notorias necesidades de mayor cobertura en movilidad pública vinculada a la red de transporte masivo del Valle de Aburrá. La cifra de pobladores beneficiados habla por sí sola: 420 mil.
Esta obra, cuya construcción está proyectada a 18 meses, con un valor de $298.000 millones, será financiada por la Alcaldía de Medellín. Su constructor será la Unión Temporal UT Metrocable Línea P, responsable de los diseños, las obras civiles y todo el equipamiento electromecánico propio de este tipo de transporte elevado.
Pero más allá de los detalles contractuales y de la hoja de presentación del sistema, se debe enfatizar en el alivio que significará para los habitantes de barrios tradicionales como Castilla y Pedregal, pero también de otros más recientes en la historia de Medellín, como 12 de Octubre, y unos más jóvenes de estratos 1 y 2 como Picacho, El Triunfo y El Porvenir, que recibirán los beneficios directos e indirectos de una obra que no puede verse solo en los términos del transporte público sino del potencial de mejoras urbanísticas, sociales y económicas que arrastrará consigo.
Ya se hacía grande el retraso para que una zona de características similares a las de la ladera nororiental, donde ya funciona el metrocable desde agosto de 2004, no contara con una línea propia. Son conocidas las especificaciones tan limitadas de la red vial de estos barrios encumbrados de Medellín, que crecieron en medio de invasiones de predios y un desorden constructivo que trajo calles estrechas y escasez de espacio público.
El metrocable, en las demás zonas donde se ha implantado, produjo de inmediato un alivio al tráfico vehicular, el establecimiento de circuitos económicos muy dinámicos alrededor de las estaciones, un mayor sentido de pertenencia de sus pobladores y mejoras a sus viviendas, vitalidad cultural y social en torno al sistema y un derrame de actividades comerciales y turísticas que han elevado la calidad de vida comunitaria.
No hay que olvidar que la red de cables y el tranvía interconectados con el Metro de Medellín, que administrará y operará el nuevo sistema, constituyen uno de los modelos continentales y mundiales de solución eficiente de transporte masivo, en especial para sectores populares habitualmente excluidos por vivir en terrenos escarpados. Se trata de un entramado de inclusión, oportunidades e integración, vehículo indiscutido de transformaciones de la cultura ciudadana del Valle de Aburrá.
Ahora, con un recorrido de 2,8 kilómetros, cuatro estaciones y 30 mil metros cuadrados de espacio público alrededor, le ha llegado el turno a la zona noroccidental que experimentará los impactos positivos de la disminución, en tiempo y dinero, que traerá la Línea P, de Picacho y progreso.
Medellín continúa su paso de vanguardia entre los sistemas metropolitanos de transporte integrado del país. En poco menos de dos años, con los debidos controles gubernamentales y veedurías ciudadanas, las pocas resistencias que hubo allí en el pasado, a la construcción del metrocable, se desvanecerán a medida que vuela el desarrollo por la esperada y necesaria Línea P.
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